
¿Cómo suena ir desapareciendo? ¿Qué se escucharía si el fin de los días resultara tal como lo auguró la mitología escandinava (los lobos comiéndose la carroza del sol, y el mundo oscureciéndose lentamente como una bombilla cuya intensidad se va perdiendo)? ¿Cómo se siente pisar el pastoso fondo del arroyo, sacar la pala y excavar aún más, construirse un lecho entre lenguados y cangrejos subterráneos? ¿Cómo se siente ir perdiendo el nombre, el apellido y la lengua?
Bueno, todas estas preguntas se responden en este disco de Jim Collins.
He bajado muchos discos de Mutant Sounds antes y durante la existencia de este blog, me he encontrado con oscuras gemas de mundos desconocidos, me he encontrado con asaltos al sentido común y vejaciones auditivas, pero nunca me había pasado de encontrarme con un disco que me conmoviera. ¿Pero quién es Jim Collins? Bueno, el tema es que nadie conoce a Jim Collins. No aparece en la wikipedia, google y ciertamente lo único que sabemos de él proviene del mismo hombre (¿o Dios?) detrás del sitio de donde lo descargué. Y cuando esta persona también se lava las manos con respecto a la identidad de este músico, sabemos que estamos ante un verdadero espectro viviente, tan anónimo como una momia de Guanajuato.
Lo primero que me atrajo fue la tapa del disco, una tapa tan austera como oscura. Vemos el árbol cercado, extendiendo sus puntiagudas ramas como violentos tentáculos dispuestos a acabar con lo que se intente acercarle. Vemos algo que suponemos espantapájaros, pero que bien podría ser cualquier otra cosa. Vemos una planta color violeta venenoso, con aguijones erguidos impidiendo pasar cualquier cosa que se atreva a cruzar ese sendero. Recurriendo a los tests proyectivos, tal como si la tapa del álbum fuera material gráfico de un niño a analizar, podríamos considerar la idea de una persona con intenso miedo al mundo exterior, que es esconde dentro de sí misma atacando a todo lo que se le acerca, como esas ramas puntiagudas, tan peligrosas a cualquier abrazo, esos cuervos en el cielo de bruma violácea, esas rejas de metal y de espinas. Incluso podría considerarse al cantante como el conejito de la zona inferior izquierda, resaltando la insignificancia y fragilidad de alguien ante un mundo que se le alza amenazante e imponente. Y ciertamente lo que llama la atención es que todo esto se confirma en el disco. Es un disco donde la soledad predomina, pero no esa soledad romántica y florida del poeta, sino una soledad radical, una soledad en la que uno ni siquiera puede contar consigo mismo, con su propia voz interior para hacerle compañía.
Es muy difícil separar los temas del disco, es como un mismo puñado de tierra del fondo de un arroyo, igualmente homogéneo en su oscuridad, frialdad y textura bituminosa. El disco empieza con Love, siendo introducidos lentamente en el interior de un bosque, llegando a la cabaña de Collins. Cuando comienza la guitarra serena y llega la voz de Collins cargada de reverb sólo podemos pensar que aquello fue grabado en un lugar cavernoso, como si el cantante por miedo al mundo y a lo que él mismo pudiera hacer (now you can’t come and play in my garden/I have to closet he gate/for fear you might hurt me/or worse I’d hurt myself- Scorpio in Mars) se hubiera exiliado en el fondo del aljibe de su casa, donde nunca más viera la luz y donde preparó un pequeño estudio de grabación, alimentándose de seres reptantes que circulaban en las profundidades, entre los huecos de las adoquinadas paredes. La voz es monótona, se siente como un Virgilio guiándonos por el oscuro bosque. Unas guitarras eléctricas cargadas de fuzz y wah wahs van de derecha a izquierda en nuestros audífonos, como si fueran insectos que recorrieran transversalmente nuestro cráneo. Debido a este último recurso, quizás podríamos pensar en un psych folk, sólo que esta música no es psicodélica, tiene que ver con un estado del alma más allá de la experimentación con una droga. Se refiere a algo más… estructural, o más parecido a la desintegración de todo lo que conocemos. El diálogo de guitarras es admirable, sobre todo en God Song, que parecen como si fueran sonidos de animales acuáticos, como si Jim Collins las desafinara en tiempo real, mientras las toca. También los órganos acompañan el viaje, creando densas capas en las cuales flota (¿o se hunde?) la voz del músico.
Lo genial del disco es que en ningún momento el tipo intenta hacer usufructo de esa oscuridad, las letras son más vivenciales y religiosas de lo que podría pretender una banda autoconscientemente oscura. Lo que funciona perfecto es la comunion entre letras y música. Por ejemplo, lo recitado en God Song, “in the end/no more you/in the end/no more god too, only thoughts” perfectamente podría figurar en un disco de algunos Bauhaus wannabes, pero hay algo que hace lazo entre la desquiciada melodía y la monótona voz que resulta completamente convincente, tan convincente como las voces de esos predicadores enfrascados en su delirio místico. Otro tema admirable es Walk this country, que en el cual los arreglos de las guitarras con delay caen y retumban como gotas de agua, y donde sobre todo hay una entrada magnífica del piano, dramática pero no pomposa, que acompaña serenamente a la canción como esos pájaros que limpian de parásitos a los rinocerontes, dando pie a la última canción, la instrumental Time for now, que nos da la impresión de que no sólo ante el final del disco, sino del mismo músico.
Una vez que termino el disco, me imagino caminar una noche por un bosque intocado del balneario Biarritz. Hace unos años acampé allá con unos amigos. En cierto momento de la noche, si uno ponía el oído contra la pinocha podía sentir a los árboles respirar. Me imagino estar en una de esas noches, caminando sólo por aquel bosque, escuchando la voz y la guitarra de Jim Collins en mis audífonos como un mensaje del más allá. Prometo hacerlo algún día, pero de vivir esa experiencia, no sé si viviré para contarla.
Bizarrez: 5/10 (bizarro no es la palabra, no parece algo completamente alienígena para el oído, pero al mismo tiempo no suena a nada que haya escuchado del psych folk)
Escuchabilidad: 7/10 (no es un disco industrial norcoreano lleno de taladros, gatos sodomizados y licuadoras con piedras en lugar de fruta, pero es un disco complicado para la gente que busca temas de forma determinada y bien delimitados entre sí. A más de uno le podria parecer monótono).
Encopresis garantizada: 6/10 (si bien no apela al susto, es un disco incuestionablemente tan denso como oscuro, y ciertamente no es recomendable escucharlo si tenés una .35 al alcance)
Factor S (de snob): 7/10 (el folk no suele ser uno de los géneros de los que más se vanaglorian los enfermos melómanos –en ese caso, sería más bien el industrial, la música gótica, la no wave y el particularísimo fanatismo por la chanson française-, pero escuchar –y con la posibilidad de inventar la biografía- a un tipo del que no lo conoce ni la magnánima figura detrás de Mutant Sounds, es un material de gran potencial snob)
Puntaje general: 9/10 (difícilmente volverán a ver de mí un puntaje tan alto –un 10 sería, digamos, White light/White heat o A love supreme-, pero este disco realmente se lo merece. Es una rosa encontrada en un pantano, una rosa violácea y espinosa como la que aparece en la tapa del disco. Es admirable la capacidad de crear climas de Jim Collins, así también como la instrumentación –nunca vi guitarras tan parecidas a animales innombrables- y una capacidad de interpretación que te hace sentir el mismo mundo de sensaciones que inundan al cantante. Así como lo dije al principio, uno mientras escucha las canciones, se siente ir desapareciendo
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